Obituario de la oratoria




El día que diga lo que pienso me borro del mapa. Desaparezco como las huellas de un asesino a sueldo en el lugar del crimen al que se pierde la pista con la confusión del despiste.

El día que diga lo que pienso, me iré desvaneciendo a golpe de borrador en un encerado cualquiera de un aula vacía, como las incógnitas no resueltas del enunciado de un mal problema en las manos inmisericordes del personal de limpieza.

Los ojos se demoran en el rostro de la gente, como si pudiera devolver la coherencia a fuerza de voluntad. La mitad de ellos no se atreve a decir la verdad, y la otra mitad no la sabe.

Pienso, luego existo, y al hablar, desisto de existir.


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