Un monstruo vino a verme (L.V.)



Un monstruo vino a verme un día y aprendí de él a defenderme. Me enseñó a buscar dentro de mi la fuerza necesaria para combatir las injusticias. Cuando ya me hice fuerte, un día tuve que decirle que los monstruos también se vuelven injustos porque nunca dejan de ser monstruos. Lo único que conseguí fue enfadar al monstruo por recordarle su condición de monstruo y enfadar a mi madre por hablar con monstruos.

A pesar de todo, yo sigo queriendo al monstruo porque lo único que suaviza su condición de monstruo es el amor y el amor nunca muere, ni se entierra y tampoco se olvida por mucho que pase el tiempo. Yo sé que los monstruos odian porque nunca les demostraron amor y aunque yo te importé en el pasado, tú, en cambio,  me seguirás importando siempre. Aunque ya no pueda volver a escribirte ni volver a leerte porque entre los muchos castigos que sé que merezco por entrometerme en las cosas de mi madre está el no poder usar ya el ordenador.

Las cicatrices no son insensibles. Yo tengo una profunda en la barbilla y cuando cambia el tiempo y va a llover, me duele.

Me despido con esta carta que mi madre me deja publicar en su blog.  Muy avergonzada de tener que hacerlo públicamente y corregida por ella porque sé que alguna falta de ortografía tengo y todos los que leen aquí saben escribir muy bien.

Os pido perdón a los dos. Sé que a mi madre, tarde o temprano, conseguiré sacarle una sonrisa y también sé que tú, por tu condición de monstruo, no me puedes perdonar y menos aún sonreír. No quise molestarte con el correo que te envié.

Los dos me enseñaron buenas lecciones pero creo que ninguno aprendió la lección del orgullo porque en eso, si que sois iguales los dos. Y sé que esto último que digo me va a traer otro castigo añadido pero si no lo digo reviento. Ya lo dice mi madre, no callo ni bajo del agua. Soy géminis.

Lucía (12 años)


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