Extraños en la noche



No percibo los matices del olvido ni la simiente del rencor, convulso y apátrida, ese que carcome la añoranza del desvelo de la más absoluta condescendencia.

Sobre un vidrio se diluye en lágrimas el rastro de la memoria que habita en el corazón.


Hoy, me siento libre de hiel y culpa si rememoro el dislate del alacrán que envenenó la cara oculta de tu luna y alunizó en el espanto de la sombra, en la negrura de un monte de Venus, donde clavó su aguijón profusamente. Ambos nos convertimos en escorpiónidos ambulantes, malditos, deambulando por quimeras de ilusión. 


Sobrevivir, afectados por el antídoto de inocular nuestro propio tósigo. Aprendimos la lección del dolor siendo extraños en la noche.



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