Airear estancias



La misma pregunta en distintas bocas persigue la inconsistencia de la soledad. Nadie comprende la condición del solo, más solo que la una y, a la vez, tan próximo y equidistante del dos remoto.

Observo ensimismada las parejas disgustadas. Bullen sin disimulo en una incompleta trashumancia, obstinadas con el largo invierno. Se dejan ver al hacer las compras de la semana o el mes con el rostro adusto y los labios prietos. Si comparten mesa en un café, el silencio sobrevuela iracundo mientras uno hojea distraído el diario y el otro se enfrasca en la vida de su smartphone.

Llegan a mi los recuerdos consanguíneos y pienso en los sinos fraternos y sus respectivos pares. Una, siempre a la gresca, envuelta en nubes de tormenta sin calma posterior con prole educada en el eco del reproche. La otra, una esclava sumisa convertida en muñeca de ventrílocuo, con voz y voto predecible, dirigida por una mano de uñas carcomidas que dirige los tientos de su vida corrompida y hasta que el cuerpo aguante, ganando kilos de insatisfacción, aquellos que él pierde en cada envite infausto. Será que con la familia carnal putrefacta y política soy políticamente incorrecta de pensamiento, palabra, obra y omisión. Ya dejé atrás la sumisión y la visión. Ojos que no ven, corazón que no siente ni disiente. 

Dialogo con la madre ausente, más cercana ahora que antes. El más allá, es el más acá del universo paralelo, ubicado en un portal provisto de telefonillo. Ahora comprende que reniegue de su legado y aparte al hombre. No quiero vivir su misma experiencia. Aferrarme a un mala sombra que me exija besar por donde él pise a golpes de humillación y anule este yo que sólo quiere airear las estancias para vivir en calma.

Los Dalton son persistentes pero a Unlucky Luke aún le quedan fuerzas para cantar: I´m a poor lonesome cowboy, and a long way from home (luckily)





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